jueves, 28 de abril de 2011

Historia real de amor

La Monarquía encarna permanencia; la clase política, y el hartazgo que genera, es efímera

 
Preparativos para la celebración
Medio mundo centrará hoy su atención sobre la Monarquía británica. Y verá un país unido en torno a la Corona en el que contrae matrimonio un Príncipe que es oficial de las Fuerzas Armadas con una joven seis meses mayor que él y que ha tenido ocho años de noviazgo para conocer los retos que tiene ante sí.
Y habrá muchos que se pregunten por qué tanta gente presta mucha más atención a un acontecimiento como este que a la realidad política diaria de su propio país. Y en este caso no hablamos sólo de los británicos, porque hoy presenciaremos un acontecimiento de repercusión global. Pero lo cierto es que los cientos de miles de británicos que hoy tomaran las calles de todo el país para celebrar el matrimonio de quienes están llamados a ser un día el Rey Guillermo V y la Reina Catalina saben bien que llegada esa hora —¿tal vez en 2050?— el histórico Gobierno de David Cameron en coalición con los liberal-demócratas de Nick Clegg estará ya enterrado en los libros desde hace décadas. Porque en este país algo que hace a la institución monárquica extremadamente relevante es el cómo encarna la permanencia, mientras que la clase política —y el hartazgo que genera— es cambiante.

Qué es importante

El constitucionalista Walter Bagehot —que fue director de «The Economist» durante 17 años— sostenía hace casi 150 años con motivo del matrimonio del futuro Rey Eduardo VII con la Princesa Alejandra de Dinamarca, que a la mitad de la humanidad «le importa 50 veces más un matrimonio real que un ministerio».
Es por ello que la elección de la consorte de un hombre llamado a ser un día Rey de dieciséis Estados desperdigados por el mundo y de unos 200 millones de seres humanos es una decisión profundamente política. Porque lo que hoy será acogido con entusiasmo por la escenificación que se verá en el malllondinense es la decisión política más relevante que deberá tomar el Príncipe Guillermo a corto plazo. Él será Rey por razones dinásticas. Pero él también ha escogido libremente quién será Reina de Inglaterra sin las cortapisas que sus antecesores —hasta su propio padre— tuvieron que sobrellevar durante siglos.
Esta mañana en Westminster se va a celebrar una ceremonia que aspira a ser el epítome de la britanidad. En el programa que se entregará a los invitados a la ceremonia en la abadía los novios han incluido un mensaje: «Los dos estamos encantados de que hayáis podido acompañarnos para celebrar lo que esperamos que sea uno de los días más felices de nuestras vidas. El afecto que nos ha demostrado tanta gente durante nuestro compromiso ha sido increíblemente conmovedor y nos ha emocionado profundamente».

Piezas muy británicas

En un ejemplo de la britanidad de la ceremonia, la música incluirá clásicos de Elgar, Bejamin Britten y Vaughan Williams. Según el Palacio, la mayoría de las piezas fueron escogidas por los novios, aunque la influencia del Príncipe de Gales parece clara.
Pero lo más importante que han escogido los novios es la fórmula del matrimonio. Y lo relevante es que Kate no prometerá «obedecer» a su marido, sino «amarle, confortarle, honrarle y guardarle», siguiendo la primera fórmula del «Book of Common Prayer» de 1966.
El Príncipe de Gales, la Duquesa de Cornualles, el Príncipe Enrique, los padres de la novia, Carole y Michael Middleton y la hermana, Pippa, actuarán como testigos y firmarán las actas matrimoniales tras la ceremonia. El programa anuncia que la novia hará sus tres minutos y medio de entrada por la nave central de la abadía a los sones del Himno de la Coronación de sir Charles Hubert que fue compuesto para la entronización de Eduardo VII en esta misma abadía en 1902. A la salida sonará la marcha «Corona Imperial» de William Walton, que también se interpretó en la boda de Carlos y Diana hace 30 años.

Polémicas ausencias

Una de las polémicas que más ha agitado el Reino Unido en los últimos días ha sido la de los que no habían sido invitados. Y ahí ha llamado especialmente la atención la no inclusión de los dos últimos primeros ministros, Gordon Brown y Tony Blair. El propio Blair se esforzó ayer por quitar relevancia a la exclusión que sólo afecta a los dos ex primeros ministros laboristas y no a los dos conservadores. La explicación del Palacio fue que no se había invitado a los ex jefes de Gobierno porque no es —formalmente— una boda de Estado. Y Thatcher y Major sí están invitados en su condición de miembros de la Orden de la Jarretera. Ésta es la más alta orden de caballería del Reino Unido a la que sólo pertenecen el Soberano, el Príncipe de Gales y veinticuatro miembros. Thatcher y Major lo son, pero como la pertenencia es vitalicia, Blair y Brown no podrán serlo hasta que no fallezcan miembros de la misma. Pero lo cierto es que el protocolo establece reglas así para incluir y excluir a quien convenga en cada momento.
Lo sorprendente es que en esta ocasión no se había pensado en excluir a ningún miembro del cuerpo diplomático acreditado —el más numeroso del mundo—. Y eso ha provocado una notable polémica en las últimas horas después de que los medios de comunicación llamaran la atención sobre la presencia de del embajador sirio mientras Damasco está masacrando a la población. A instancias del Foreign Office, Palacio retiró la invitación ayer. Sami Khiyami, el invitado defenestrado, confesó a la BBC que había recibido una llamada del Ministerio de Exteriores en la que con el understatementcaracterístico, le habían preguntado «si le importaría no ir a la boda».
Fuente: http://www.abc.es/

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